Respira

Hace unos días una persona nos preguntaba cuales eran nuestras actividades para empresas. Al margen de las dinámicas de grupo que ofrecemos, le contesté «todas!» Y me respondió: «Incluso hasta las técnicas de meditación y respiración?», a lo que repliqué: «Esas son las más importantes!».

Normalmente no se ve la relación entre el alcanzar y permanecer en un estado de equilibrio a nivel personal con el mundo de la empresa o los grupos. Se sabe bien que el individuo es la base de toda organización y si este aporta tranquilidad y buen humor, el efecto contagio hará que la experiencia colectiva sea mucho más gratificante.

Hace unos meses impartí un taller de Introducción a GTD a un grupo de técnicos informáticos cuyo trabajo implica altos niveles de estrés y una exigencia importante a nivel físico y mental, y comenzamos con un sencillo ejercicio de respiración. Les pedí que cerraran los ojos y que simplemente siguieran el movimiento de su diafragma al inhalar y exhalar. Y así lo hicimos durante unos minutos, hasta que en el ambiente se percibió una atmósfera relajada y apta para el aprendizaje. Al final, muchos se acercaron y me manifestaron su sorpresa por haber conseguido un estado de tranquilidad en tan poco tiempo haciendo algo tan sencillo.

Respirar es sinónimo de vida, de energía, de flexibilidad, de ese constante movimiento de expansión y contracción que rige el universo. Cuando estamos alterados, nuestra respiración se hace poco profunda y rápida, y cuando nos relajamos (por ejemplo al dormir), nuestra respiración se hace profunda y pausada.

En momentos de tensión, hay una sencilla técnica que permite relajar nuestro cuerpo y mente de manera contundente: simplemente contamos nuestra respiración (1: inhalar, 2: exhalar, 3: inhalar, 4: exhalar…) y somos conscientes del movimiento del aliento por nuestra nariz. Si lo hacemos lentamente podremos analizar la situación con más objetividad y salir del estado de alerta que nos altera y pone de mal humor. Pruébalo!

Simplifica

En estos tiempos del ruido, como solía decir un actor de teatro colombiano, la simplicidad va más allá de ser una opción más para convertirse en una necesidad e incluso en una forma de vida. Cuantas veces nos vemos enfrentados a miles de decisiones para tareas sencillas como operar un teléfono, ver la televisión o buscar información en la red? Muchos sistemas han sido diseñados pensando en la eficiencia desde el punto de vista de la máquina y olvidando al usuario, lo que produce grandes cantidades de «micro-frustraciones» a lo largo de cada día.

El tener que aprender cómo funcionan muchos artefactos añade un grado más de tensión a nuestra de por si compleja existencia. Si las relaciones humanas son dificultosas en su mayoría, imaginen tener que atosigar nuestra mente con cada vez más información y tareas por hacer.

El cerebro humano es excelente correlacionando información y realizando tareas creativas, pero su capacidad para memorizar o retener datos es más bien limitada, así muchos sostengan lo contrario. Por lo que, si tenemos esta característica en cuenta, podremos aprovechar su capacidad al máximo minimizando sus «limitaciones».

Sin embargo, si nos tomamos el tiempo para analizar lo que hacemos e ir eliminando aquellas actividades que no «agregan valor» a nuestra existencia, tendremos una perspectiva más amplia del uso del tiempo y sobre todo, de la consecución de nuestros propios objetivos, sin vernos ahogados en una gran cantidad de pequeñas tareas que consumen toda nuestra atención.

Una buena manera de gestionar las tareas que tenemos o queremos que realizar a diario es manteniendo una lista por escrito. No se necesita nada complejo: simplemente papel y lápiz. Aquí anotaremos todo lo que nos ocupará la jornada para evitar olvidos o desórdenes en la ejecución. Sin embargo, dentro de estas tareas, hay muchas que son importantes y otras que son secundarias o de rutina. Dentro del primer grupo, es útil escoger las tres principales que haremos antes de que termine el día. Con esto, el sentimiento de frustración disminuirá y tendremos una sensación de logro que reforzará el uso de este mecanismo de organización, además de sentir que hemos hecho algo «para nosotros» cada jornada, ya que en ocasiones casi todas nuestras actividades están dirigidas a satisfacer las necesidades de otros o a cumplir con obligaciones que hemos adquirido con terceros.

Por último, la lista tiene un uso «colateral» bastante interesante, porque nos permite hacer una retrospectiva en el tiempo de las tareas que hemos ido realizando en los últimos días, semanas o meses. El repasar las actividades a posteriori normalmente nos permite detectar aquellas cosas que podríamos eliminar, posponer o reducir, para tener más tiempo para aquello que realmente nos interesa (esas 3 cosas importantes en el día). Algunas ideas sobre qué puede ir en esta «lista privilegiada de máximo 3 items» pueden ser: escribir una página de una novela, estudiar una hora un nuevo idioma, hacer una hora de ejercicio, estar con la familia, pasar 30 minutos a solas, meditar…

La meditación en todas partes

Cuando impartimos charlas sobre meditación, la gente nos suele preguntar sobre cual es el mejor tipo de meditación que existe. Y la respuesta casi siempre es la misma: depende!, ya que todas las personas somos distintas y por tanto, la manera de meditar de cada uno es muy personal.

Sin embargo, también es importante aclarar que la meditación no consiste únicamente en el acto de sentarse, cerrar los ojos, relajar el cuerpo y «poner la mente en blanco». La experiencia de estar con nosotros mismos va mucho más allá y curiosamente puede experimentarse de muchas maneras «poco ortodoxas». En los textos clásicos budistas, se habla de sastres y zapateros que alcanzaron la iluminación simplemente ejerciendo su oficio con atención y entrega, lo que nos lleva a pensar que el ejercicio meditativo consiste, más que en dominar una técnica o practicarla regularmente (que también es importante), en poder estar con nosotros mismos de manera tranquila para darnos un respiro de tanto «ruido mental» y poder volver al punto de equilibrio.

Podemos meditar mientras cocinamos, escuchamos música, limpiando la casa, fregando los platos (mi manera «casera» de meditación favorita), mientras caminamos y en general, si estamos completa y verdaderamente presentes en lo que hacemos: concentrados en la tarea sin dejar que la mente divague sobre lo que haremos después o lo que hemos dejado de hacer.

Y para terminar, una sugerencia: si se te dificulta «centrar» la mente, puedes concentrarte en tu respiración (el acto de inhalar y exhalar) o contar cada vez que respires (1 inhalas, 2 exhalas, 3 inhalas, 4 exhalas, y vuelta a empezar) para tener un «punto de referencia» al que volver si te distraes. Comienza meditando por periodos cortos que irás alargando a medida que adquieras práctica. Pruébalo, es sencillo!

¿Cómo es tu dia ideal?

Resulta cuando menos curioso ver que muchos de nosotros pensamos que queremos vivir o experimentar determinadas situaciones, pero normalmente no las ponemos en contexto, es decir, aparte de ser deseos aislados, no se tiene un plan o una estrategia para hacerlas realidad. Simplemente se quedan en frases del estilo «si pudiera, iría / compraría / tendría / aprendería…»

Sin embargo, si dedicamos el tiempo necesario a plasmar estos deseos en un plan concreto que pueda dar lugar a acciones realizables, de repente esos deseos de «algún día» se transforman en una realidad alcanzable.

Una buena pregunta para comenzar es: ¿Cómo es tu día ideal?, que puede interpretarse como: qué cosas te gustaría hacer en un día en el que todo fuera tal como tu quieres? Antes de responder: «me gustaría no hacer nada» o «dejar de preocuparme», ten en cuenta que así el primer impulso sea el de «liberarse» de aquellas cosas que no nos gusta hacer o que hacemos por obligación o necesidad, hay otras actividades que nos motivan, nos hacen sentir felices y sobre todo, nos dan la posibilidad de crear y de paso, poder cambiar la realidad en la que vivimos.

Una vez aclarado lo anterior, prepara papel y lápiz e imagina cómo sería el día perfecto: qué harías al levantarte? Qué comerías? Cómo gestionarías tu tiempo? A qué lo dedicarías? Cuantas horas te gustaría dormir y estar despierto? Donde te gustaría estar? Con quien te gustaría compartir este día ideal? Incluso puedes hacer un horario de actividades, si quieres.

Una vez terminado, revísalo y ve punto por punto. Comprueba que todo aquello que has escrito se ajusta a tus deseos. A veces el impulso hace que pongamos cosas que en realidad no queremos hacer de manera regular, o que se limitan a un experiencia que es difícil que se repita. Déjalas a un lado por el momento. Lo importante es crear una guía de aquellas actividades que te gustaría repetir normalmente porque las disfrutas o te aportan lo que busques: tranquilidad, alegría, plenitud, etc.

Ya tienes tu lista. El siguiente paso es preguntarte cómo convertirla en tu realidad diaria. Puede que necesites eliminar o cambiar ciertos hábitos, ver las cosas de otra manera, replantearte compromisos o relaciones o incluso cambiar de trabajo o ciudad. Pregúntate qué estás dispuesto o dispuesta a hacer para hacerla posible. ¿Qué si vale la pena? Imagina tu vida como una sucesión de días ideales. Suena bien, verdad?