Descansa

Uno de los pilares básicos de nuestro enfoque es entrenar a las personas que deciden trabajar con nosotros, para que recuperen su tono vital, lo cual pasa por nutrir correctamente el cuerpo, eliminar los desechos que no se necesitan de manera eficaz, y como no, recordar cómo descansar de manera profunda y reparadora.

¿Por qué es tan importante el descanso? Podríamos estar hablando horas y horas de las consecuencias a nivel fisiológico de una persona que no puede dormir bien, o que si lo hace, no alcanza la «profundidad» necesaria para que su cuerpo efectúe tareas de regeneración y limpieza y para que las experiencias acumuladas durante el día a nivel emocional sean correctamente procesadas, asimiladas y clasificadas.

Sin embargo, la importancia del descanso va más allá del simple hecho de dormir. El descansar es sinónimo de parar, de cambiar de actividad, de saber cuando aminorar la marcha para recargar y reponer la energía que hemos invertido, cuando es necesario. El arte del descanso no se limita a recuperar fuerzas, sino que requiere de un profundo auto-conocimiento para saber cuando es necesario darnos un respiro. Así como estamos pendientes del indicador de la batería del móvil o cualquier dispositivo que usemos regularmente, para evitar que deje de funcionar cuando lo necesitamos, el cuerpo y la mente también nos «notifican» de la necesidad de «conectarnos» para obtener la energía que necesitan para continuar operando en las mejores condiciones.

Lo malo es que pocas veces prestamos atención a estas «llamadas de atención». La sociedad actual aboga por la productividad: cada vez más rápido y mejor, hacer más cosas en menos tiempo, lograr objetivos y metas sin descanso, conseguir más, lograr más, sin dejarnos siquiera respirar. Por las noches estamos exhaustos/as y ni siquiera podemos razonar con claridad para garantizar un descanso medianamente provechoso.

¿Cuando fue la última vez que decidiste dormir una siesta porque estabas cansado/a? ¿Y la última en que decidiste que no harías más porque el cuerpo te pedía parar? ¿Cuando disfrutaste por completo del placer de no hacer nada, y sentiste la satisfacción, tanto física como mental, de percibir como la energía y el ánimo volvían a ti gradualmente?

El descanso requiere de compromiso y esfuerzo personal. Y no ese esfuerzo que cansa o que es una «obligación», sino más bien el poder realizar un ejercicio de coherencia para escuchar a nuestro cuerpo y a nuestra mente y aprender a funcionar con nuestros propios ritmos, esos que nadie más conoce y que rara vez se adaptan a las exigencias cada vez mayores de la frenética sociedad en la que vivimos, y que solemos sacrificar para poder «encajar».

Puede que no necesitemos dormir toda la noche o que trabajemos en horas intempestivas. Es cuestión de escucharnos, conocernos y sobre todo, hacernos caso para vivir mejor. Haz la prueba. Seguro que te sorprendes de los resultados…

Controla tus pertenencias: mantén el orden

En el post anterior hablamos de cómo el acumular compulsivamente y sin control puede llevarnos a una vida más complicada y sin tiempo de lo que podríamos necesitar o tolerar, además de dar sugerir algunas pautas para comenzar a «descongestionar» nuestros espacios vitales o de trabajo.

Hoy hablaremos de mantener ese recién adquirido estado de «libertad y orden». Una vez que hemos clasificado nuestras pertenencias en lo que queremos conservar, lo que donaremos / tiraremos y lo que venderemos porque no nos hace falta o no lo usamos, es importante crear una serie de rutinas o hábitos para mantener el control de lo que hemos ordenado. El trabajo más complejo se hace cuando sabemos lo que tenemos y nos deshacemos de lo que no necesitamos. Luego, el esfuerzo se reduce a continuar con lo que hemos hecho.

Algunas pautas a tener en cuenta:

  • Es interesante habituarse a tener «todo en su sitio». Ya que nos hemos tomado el tiempo de organizar nuestras pertenencias, y sabemos donde va cada cosa, lo más sencillo que podemos hacer para mantener el orden es dejar todo en el lugar que le corresponde después de usarlo. Por ejemplo, la ropa sucia. Si tenemos un cesto o bolsa para almacenarla mientras la lavamos, no cuesta nada poner lo que nos quitamos por la noche en ese lugar, para evitar dejar prendas en sillas, el suelo o el cuarto de baño.
  • Evita acumular el trabajo: otra manera sencilla de evitar que el desorden vuelva a apoderarse de cualquier espacio, es impedir que se acumule. Esto es especialmente evidente en la cocina. Si dejamos que los platos y demás utensilios que usamos para comer y cocinar se vayan amontonando sin lavarlos, es posible que al ver la gran cantidad de trastos no tengamos ningún deseo de poner todo en orden. Si vamos limpiando a medida que usamos, el trabajo se reducirá en gran medida.
  • Destina un tiempo a la semana para organizar papeles, recibos, cuentas y documentos en general. Puedes ir acumulando el correo entrante (sea físico o virtual) en una «bandeja de entrada» y el día y la hora escogidos, puedes clasificar, guardar, tirar o anotar lo que más te interese. Puede que también sea útil prescindir cada vez más del correo en papel y optar por soluciones virtuales, para contaminar menos y reducir el tiempo de proceso. Con respecto al correo electrónico, se pueden crear reglas para clasificar automáticamente los mensajes según su origen, asunto o persona que los escribe. Con esto sabremos donde está todo y no tendremos que invertir tiempo organizando. Sin embargo, es necesario revisar regularmente por si lo que nos ha llegado no nos interesa, y deshacernos de ello.
  • Predica con el ejemplo. En todos los grupos de personas hay quienes son más ordenadas que otras. Una persona desordenada no tiene por qué constituirse en un problema. Si somos ordenados con nuestro propio espacio, quien no lo sea pronto apreciará las ventajas de una vida más desahogada y con menos caos, comenzando naturalmente a disponer de sus cosas de una forma más racional. Recuerden: «al que anda entre la miel…»
  • Piensa antes de actuar. Al querer comprar un objeto, cuestiona siempre si la necesidad obedece a un deseo pasajero o a un objetivo concreto. El tener un inventario de pertenencias ayuda a no depender de la memoria y por tanto, evitar comprar cosas que ya tenemos pero que no recordamos. Otra pregunta interesante y poderosa es: ¿Donde lo voy a poner? Un buen criterio para evitar sobrecargar el espacio es no dejar nada en el suelo. Todo debe estar en alguna superficie: estante, armario, biblioteca, etc. Y por último, pregúntate si lo necesitas realmente o si puede esperar.

Si adoptamos algunas o todas estas ideas, es bastante probable que valoremos cada vez más el vivir en espacios limpios y descongestionados, que nos permitirán disponer de más tiempo para lo que de verdad importa y eliminar paulatinamente la necesidad compulsiva de satisfacer carencias de todo tipo con objetos materiales.

¿Controlas tus posesiones o ellas te controlan a ti?

Un tema recurrente en los procesos de coaching y «re-invención personal» es el «tener». Sin darnos cuenta, nos vamos rodeando de objetos que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo para satisfacer necesidades más o menos definidas. Algunas de estas propiedades son usadas con regularidad y tienen un propósito claro y evidente (por ejemplo, los utensilios que utilizamos para cocinar, sábanas, toallas y elementos similares). Sin embargo, una gran cantidad de artículos que abundan en nuestras casas o espacios de trabajo no tienen una funcionalidad específica. En su momento fueron adquiridos para satisfacer un capricho, deseo o carencia, y yacen allí, después de haberse agotado la euforia de su adquisición o la desaparición de la causa que nos hizo comprarlos.

El acumular sin control tiene varias consecuencias que pueden no ser valoradas a primera vista. La más notoria es el aumento del tiempo dedicado a mantener, limpiar, ordenar o gestionar esas propiedades que hemos ido comprando. Una casa con mayor area o más muebles es más difícil de limpiar y mantener ordenada. Una mayor cantidad de ropa hace que tengamos que disponer de más armarios y espacio para guardarla, además de tener que aumentar la frecuencia de lavado, planchado y secado de la misma. Lo mismo ocurre con juguetes, artilugios electrónicos, películas, video-juegos y demás.

Algunos/as dirán que «mientras esté ordenado y no ocupe demasiado espacio, no pasa nada». Sin embargo, a la hora de mudarse o hacer una limpieza general, comenzamos a padecer los efectos de tener objetos que no aportan satisfacción a nuestra vida y si dificultan el dedicar tiempo a lo realmente importante (el auto-conocimiento, crecimiento personal a nivel físico e intelectual, las relaciones con los demás, el tiempo con los seres queridos, etc.).

Para muchos, el pensar en deshacerse de cosas innecesarias, de la naturaleza que sean, va aparejado a un «sentimiento de pérdida»: «¿Pero cómo voy a tirar esto si está nuevo?», «Tal vez lo necesite más adelante», «Ahora que recordé que lo tengo, lo usaré más seguido», «No voy a tirar esto si puedo venderlo (y luego no se hace)». Estas y otras son excusas comunes para evitar el temido momento de soltar. Una causa bastante común para no deshacernos de pertenencias es el pensar que «perderemos dinero». En realidad, en el momento en que compramos algo que no vamos a usar o por capricho, ya lo hemos perdido, no después!

Algunas sugerencias para que el proceso sea más fácil:

1. Haz un inventario exhaustivo de todas tus posesiones. Incluye los objetos propios como los compartidos con los demás miembros de la familia. Puedes separarlo por habitaciones o estancias de tu casa o lugar de trabajo. Vacía los cajones, armarios, cajas y demás espacios de almacenamiento. Procesa únicamente los que sean tuyos para evitar problemas!

2. Examina cuales de esos objetos no has usado en los últimos 6 meses.

3. Haz tres montones: conservar, tirar, donar / vender. Clasifica todo lo que has inventariado en estas categorías. Para facilitar el proceso de decisión, utiliza estos criterios:

  • ¿Es fácilmente reemplazable? (Si lo es, puedes prescindir de ello)
  • ¿Lo uso al menos una vez al día / semana / mes? (Si lo usas con regularidad, es probable que lo necesites. Consérvalo.)
  • ¿Requiere mantenimiento constante /regular? (A mayor mantenimiento, menos tiempo libre. Es realmente necesario conservarlo?)
  • ¿Lo conservo por razones prácticas o emocionales? (Si son prácticas, probablemente quieras conservarlo. Si son emocionales, examina si el guardarlo tiene algún tipo de beneficio o te «hace más feliz» así no lo veas/uses).
  • ¿Tengo más de uno de estos? (Aplica para objetos con funciones similares. De verdad necesitas 2 ó más juegos de herramientas?)

4. Una vez clasificados, ordena con cuidado lo que has decidido conservar en el sitio asignado para cada cosa. Los montones «tirar» y «donar/vender» deben ser procesados de inmediato, es decir, poner a la venta (por internet o en persona) aquello que hayas clasificado como tal y tirar lo que ya no te sirva. No caigas en la tentación de «dejarlo para después», porque lo más probable es que te canses de ver la(s) bolsa(s) o caja(s) y termines guardándola(s) en algún lugar para no verla(s), con lo que perderías el trabajo realizado.

Es importante ejecutar este proceso lentamente y con paciencia. No pretendas «limpiar» toda la casa o tu lugar de trabajo en un solo día. Comienza por una habitación o estancia y no cambies de lugar hasta que hayas procesado todos los objetos que contiene. Recuerda, lo que posees no te define como persona o te hace «ganar puntos» delante de los demás!

El contar en general con lo que se usa y disfruta proporciona una sensación de espacio y orden muy agradable, además de no contribuir a polucionar más el planeta con residuos innecesario para satisfacer caprichos o deseos pasajeros. Los espacios limpios invitan a la creatividad y la reflexión.

Por último, es importante crear y ejecutar una «rutina de mantenimiento» para que no perdamos nuevamente el control. De ello hablaremos en el próximo post.

¿Sabes cuanto necesitas?

Una de las discusiones o temas recurrentes en nuestra sociedad del consumo, es la falta crónica de dinero y tiempo libre. Nos encontramos a donde quiera que vamos con quejas sobre el bajo salario y la falta de sueño, tiempo para no hacer nada, los niños, las aficiones, los viajes, etc. Sin embargo, el desenfrenado ritmo en el que nos movemos pocas veces nos deja ver si todo aquello que hacemos tiene sentido y si lo necesitamos realmente.

La carrera en la que la sociedad nos ha incluído, casi siempre sin darnos cuenta, nos aboca a tener y consumir, sin percatarnos de lo que realmente necesitamos. Si traducimos esto a términos puramente monetarios, puede que nos llevemos una sorpresa. ¿Realmente necesitamos ese coche en concreto, vivir en determinado lugar pagando una cierta hipoteca, viajar todos los años a un sitio en especial, o más aún, viajar todos los años? ¿Todas nuestras posesiones nos proporcionan placer y satisfacción? ¿Usamos todo lo que tenemos? ¿Sabemos cuanto gastamos en realidad para mantener el «nivel de vida» que llevamos?

Aparte de los gastos fijos, que pueden o no ser sujetos a reducciones, optimizaciones o eliminaciones, la parte variable de nuestro presupuesto familiar está siendo utilizada para maximizar el placer / satisfacción o simplemente gastamos sin ton ni son a ver si «nos suena la flauta», como dice un viejo adagio? ¿Nos concentramos en lo que nos proporciona una mayor cantidad y calidad de disfrute o vamos picando aquí y allá a ver si encontramos algo que realmente nos llene?

El saber con exactitud cuanto necesitamos para vivir y estar tranquilos resulta clave, al permitirnos medir con precisión el esfuerzo necesario para obtener los recursos adecuados en términos monetarios y de tiempo, e impidiendo que «hagamos más esfuerzo de la cuenta» para conseguir lo que realmente disfrutamos. ¿Para qué trabajar con el objetivo de conseguir 100 si en realidad necesitamos 60 para vivir confortable y tranquilamente? ¿Qué pasaría si decidiéramos consumir responsablemente y/o cambiáramos dinero por tiempo o satisfacción, en forma de experiencias o vivencias?