Imagina

En estos días llenos de cambios, revoluciones y nuevos proyectos, la imaginación ha cobrado una importancia inusitada. Hemos redescubierto el placer de dejar volar la mente y crear situaciones, cada cual más inverosímil y utópica, para crear una realidad diferente y más humana.

La imaginación está íntimamente ligada al ser humano: el ser capaces de proyectar situaciones con todo tipo de contenidos, es una característica que nos permite desconectar de la rigidez y seriedad de la racionalidad, y volver a encontrar nuestra propia naturaleza maleable, dúctil, flexible, sensible y adaptable. El imaginar nos permite transportarnos a universos imposibles donde todo puede hacerse realidad, y lo que es mejor, volver de ellos con ideas y proyectos para aplicar en el mal llamado «mundo real».

En muchos textos se habla de la necesidad de aumentar la atención y la concentración, de la inconveniencia del «soñar despiertos/as», porque, dicen, perdemos la continuidad y no obtenemos resultados tangibles y duraderos. Sin embargo, al preguntar a algunas de las mentes más brillantes de nuestra época, sobre cual es el secreto de su éxito, casi todos/as responden que, tal como decía Einstein, el éxito se alcanza con un 90% de imaginación y un 10% de trabajo.

La persistencia, la disciplina, la dedicación, la atención y la entrega son herramientas muy poderosas para alcanzar objetivos, sin embargo, estas metas siempre provienen del mismo sitio: nuestra imaginación. Esa fuente inagotable de ideas, proyectos, sueños, sonidos, colores, sensaciones, situaciones y soluciones a todos y cada uno de los problemas y retos a los que nos enfrentamos directa o indirectamente.

Y recuerda: el saber es finito, pero el sentir (e imaginar) es infinito.

¿Dedicarás ahora una parte de tu día a imaginar y a dejar volar tu mente a todos y cada uno de esos lugares maravillosos que existen y que esperan ser visitados y observados?

Agendas Ocultas

El pensar, decir y hacer lo mismo, que en principio suena fácil y sensato, se convierte en un imposible cuando nos percatamos de lo dispares que pueden ser estos tres conceptos en la práctica. ¿Podríamos plantearnos vivir en coherencia respetando estas tres ideas fundamentales?

Normalmente, la vida de la mayoría de las personas se desarrolla en dos frentes: la imagen pública y la creencia privada o auto-imagen «real». ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que expresamos determinadas ideas pero a la vez estamos pensando o haciendo otras muy distintas.

Estos comportamientos son los que originan las llamadas agendas ocultas, es decir, la verdadera motivación o razón por la cual estamos diciendo, actuando o pensando de determinada manera. Para entenderlo mejor, vamos a ilustrarlo con un ejemplo:

Supongamos que conocemos a una persona que puede ayudarnos a conseguir un ascenso o un beneficio laboral similar. Al tener esto en mente, comenzamos a tratarlo o tratarla con deferencia para que piense / sienta que lo o la consideramos especial. Para esa persona, nuestro comportamiento simplemente le hará creer que es alguien que merece nuestro aprecio y deferencia, cuando en realidad lo que está ocurriendo es que le estamos «predisponiendo» a que actúe en nuestro favor cuando llegue el momento adecuado.

La presencia de estas agendas ocultas consume energía y nos expone a situaciones potencialmente perjudiciales en el corto y largo plazo. Si consideramos las ventajas de la coherencia explicada anteriormente (pensar, decir y hacer lo mismo), veremos que nuestra vida cotidiana se transforma de una carrera de obstáculos o campo de minas a una experiencia plena, honesta, sincera y sobre todo, real.

¿Estarías dispuesto / dispuesta a ser coherente en tu vida siquiera una vez?

Tu propósito vital

En ocasiones nos preguntamos si la vida que llevamos tiene algún propósito o meta final. Y cuando no lo encontramos de manera inmediata, comenzamos a preocuparnos y a pensar que o no sabemos para qué estamos aquí o que simplemente no vale la pena invertir tiempo y/o esfuerzo en averiguarlo.

Sin embargo, si bien para algunas personas la respuesta a la búsqueda de este objetivo último llega de manera natural en etapas tempranas de su vida, definiendo su vocación y acciones posteriores, para otros es necesario persistir hasta encontrar la razón por la cual existen.

La vida es una cadena de acontecimientos que aparentemente no tienen relación entre si, y es muy fácil adoptar la creencia de que estamos aquí para resolver todas y cada una de las dificultades que se nos van presentando. Mi padre incluso decía que «los problemas son la sal de la vida» y que sin ellos, nada de esto tendría sentido. No obstante, muchos de nosotros nos formulamos la pregunta fundamental: «¿y esto es todo? ¿No hay nada más?»

Para responder a este interrogante, me voy a permitir citar a Victor Frankl, autor de «El Hombre en busca de Sentido», un clásico entre los textos de motivación y auto-ayuda, sobre el particular:

«El talante con el que un hombre acepta su ineludible destino y con todo el sufrimiento que le acompaña, la forma en que carga con su cruz, le ofrece una singular oportunidad -incluso bajo las circunstancias más adversas- de dotar su vida de un sentido más profundo. Aun en estas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad. En cambio si se zambulle en la amarga lucha por la supervivencia, es capaz de olvidar su humana dignidad y se comporta poco más allá a como lo haría un animal, igual que nos recuerda la sicología de los internados en un campo de concentración. En esa decisión personal reside la posibilidad de atesorar o despreciar la dignidad moral que cualquier situación difícil ofrece al hombre para su enriquecimiento interior. Y ello determina si es o no merecedor de sus sufrimientos»

«La principal preocupación de los prisioneros se resumía en esta pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De no ser así, aquellos atroces y contínuos sufrimientos ¿para qué valdrían? Sin embargo, a mí personalmente me angustiaba otra pregunta: ¿Tienen algún sentido estos sufrimientos, estas muertes? Si carecieran de sentido, entonces tampoco lo tendría sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida«

¿Creemos que nuestra vida depende únicamente de lo que nos depare el destino, nuestro trabajo, las personas con las que interactuamos y en general, de las circunstancias que nos rodean? ¿O más bien hacemos que la vida se parezca a aquello que queremos en realidad?

(Citas extraídas de «El Hombre en busca de Sentido. Victor Frankl. Ed. Herder. Pag. 92)