En ocasiones nos preguntamos si la vida que llevamos tiene algún propósito o meta final. Y cuando no lo encontramos de manera inmediata, comenzamos a preocuparnos y a pensar que o no sabemos para qué estamos aquí o que simplemente no vale la pena invertir tiempo y/o esfuerzo en averiguarlo.
Sin embargo, si bien para algunas personas la respuesta a la búsqueda de este objetivo último llega de manera natural en etapas tempranas de su vida, definiendo su vocación y acciones posteriores, para otros es necesario persistir hasta encontrar la razón por la cual existen.
La vida es una cadena de acontecimientos que aparentemente no tienen relación entre si, y es muy fácil adoptar la creencia de que estamos aquí para resolver todas y cada una de las dificultades que se nos van presentando. Mi padre incluso decía que «los problemas son la sal de la vida» y que sin ellos, nada de esto tendría sentido. No obstante, muchos de nosotros nos formulamos la pregunta fundamental: «¿y esto es todo? ¿No hay nada más?»
Para responder a este interrogante, me voy a permitir citar a Victor Frankl, autor de «El Hombre en busca de Sentido», un clásico entre los textos de motivación y auto-ayuda, sobre el particular:
«El talante con el que un hombre acepta su ineludible destino y con todo el sufrimiento que le acompaña, la forma en que carga con su cruz, le ofrece una singular oportunidad -incluso bajo las circunstancias más adversas- de dotar su vida de un sentido más profundo. Aun en estas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad. En cambio si se zambulle en la amarga lucha por la supervivencia, es capaz de olvidar su humana dignidad y se comporta poco más allá a como lo haría un animal, igual que nos recuerda la sicología de los internados en un campo de concentración. En esa decisión personal reside la posibilidad de atesorar o despreciar la dignidad moral que cualquier situación difícil ofrece al hombre para su enriquecimiento interior. Y ello determina si es o no merecedor de sus sufrimientos»
«La principal preocupación de los prisioneros se resumía en esta pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De no ser así, aquellos atroces y contínuos sufrimientos ¿para qué valdrían? Sin embargo, a mí personalmente me angustiaba otra pregunta: ¿Tienen algún sentido estos sufrimientos, estas muertes? Si carecieran de sentido, entonces tampoco lo tendría sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida«
¿Creemos que nuestra vida depende únicamente de lo que nos depare el destino, nuestro trabajo, las personas con las que interactuamos y en general, de las circunstancias que nos rodean? ¿O más bien hacemos que la vida se parezca a aquello que queremos en realidad?
(Citas extraídas de «El Hombre en busca de Sentido. Victor Frankl. Ed. Herder. Pag. 92)